Desde hace tres años, durante mis vacaciones en Mallorca, intento visitar restaurantes en la isla que me
recomiendan o aquellos que me llaman la atención.
El pasado año, Vins Nadal me habló
de Celler Can Amer en Inca. Verdaderamente fue un placer degustar la comida del chef Tomeu Torrens y disfutar
de su peculiar restaurante: una
bodega antigua con una atmósfera
peculiar y un microclima que se agradece en el tórrido mes de agosto isleño. Me conquistó su cocina mallorquina.
Destacó la lechona, típica de
Inca, servida en su justo punto,
acompañada de unas patatas horneadas y una manzana asada rellena de
sobrada, sorprendente. También degustamos el frito
mallorquín, el taco de bacalao confitado y, para coronar la comida, un helado de hierbabuena casero que
sencillamente explotaba en boca con infinidad de matices.
Por este motivo, este año decidí
acudir de nuevo, esta vez acompañada por unos amigos queseros (Begoña y Pascual de Rey Silo) quienes se
encontraban también en la isla.
El restaurante aún guarda ese
ambiente bucólico y tranquilo. Lo primero que me sorprendió fue comprobar que
la carta no había sufrido prácticamente ningún cambio en un año, observando la clientela existente, (turistas la mayoría de ellos),
deduzco que se apuesta por unos platos que funcionan muy bien para un público
que seguramente no regresará al restaurante.
Eché de menos algún nuevo plato
en su carta, para comensales que regresamos. No obstante, disfrutamos de los Fritos
Mallorquines, el tradicional con cordero y el marinero, espléndidamente
ejecutados y en su punto, para compartir.
Como platos principales uno de
mis acompañante probó la lechona, de la que habló maravillas, eso sí, esta vez
la manzana no venía rellena con un toque de sobrasada. El plato obtuvo muchas alabanzas gracias al crujiente de la corteza en contraste con la textura de la carne interior.
Los calamares rellenos de
langostinos muy buenos, la salsa quizás un poco basta, pero con gran sabor
y con un toque muy bien utilizado de hinojo y las pasas, ingredientes muy típicos en la cocina
mallorquina.
Por último unos calabacines
rellenos de rape y langostinos. Plato que prometía mucho pero, en su ejecución, quizás era un poco plano.
El vino mallorquín acompañó la
comida, un Ribas, fruto de los viñedos que da esa comarca.
Como postres unos helados/granizados caseros correctos (mantecado, mandarina y
fresa). Este año me quedé sin mi añorado helado de hierbabuena.
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