Y esto lo digo porque aún en mi
memoria están los olores y momentos de
esa habitación que era el centro de la casa. No sólo se hacía la comida, allí sencillamente, se
dibujaba la vida, nuestra vida.
La cocina que recuerdo es de carbón,
de esas que tenías que limpiar antes de encenderlas con unos palos, periódicos
y después el carbón. Esas que tenían arandelas de metal que se abrían con un badil y estaban encendidas
todo el día.
Mis recuerdos van desde aquellas
nueces que mi bisabuela metía en el
horno de aquella cocina y me daba a probar calentitas apenas yo con tres años.
De cangrejos de río, los
auténticos que mi abuelo Jesús traía a sacos y se comían simplemente cocidos.
Aquello era antes que se extinguieran, antes de estar prohibido pescarlos.
Pasan esos momentos por ir a recoger la leche al vecino del pueblo que tenía vaquería, de
hervirla y de aquella “lucha” posterior para comer la nata. Nunca he vuelto a probar esa leche.
Meriendas con una rebanada de pan
de hogaza con vino y azúcar, ¡qué desatino en estos días para los niños!, o
simplemente un pedazo de pan con
chocolate puro de Astorga.
Días de matanza, días de fiesta. Y
tras cuidar en el sótano del abuelo todo lo que el “cochino” nos regalaba durante meses desear que llegara
el día de San Tirso, a finales de Enero,
para comer el primer cocido .Eso sí era un señor cocido con su oreja, su
lengua, espinazo, chorizo.. Todo bien ahumado.
Aún tengo el olor a humo en mi
piel, aún me veo echando un vistazo al fuego y observando cómo se cuidaba que no entrara la “mosca”.
Mis momentos huelen a sopas de
ajo de mi abuela Oliva, del congrio de
los viernes cuando el pescado se traía en una pequeña furgoneta que vendía por
el pueblo. Congrio con un “majado” de ajo y pimentón. Y más sopas.
Arroz con pollo los domingos que
para paella no había. Y el “pernil” para el abuelo. Pollo de corral del que se
ocupaba mi abuela de principio a fin.
Aún la veo desplumando sentada en la parte de atrás de la casa donde empezaba el huerto.
Y también conejo que mi
abuela diestramente mataba, muy a pesar nuestro.
Recuerdo la Feria del ajo que aún
se celebra en el pueblo de al lado… Pulpeiras con sus grandes calderos de cobre.
Pescado en escabeche, en grandes cajones de madera que aguantaba tiempo en casa.
Bacalao que hacía las veces de congrio,
sobre todo en Cuaresma. Que de aquella no se rompía ni un día.
Limonada (lo que se conoce como
matar judíos en la zona, con perdón) y
pastas en Semana Santa, eso sí, hechas como siempre por mi tía Inocencia .Aún
sigo robando en mis sueños pequeños pellizcos de masa a sus espaldas.
Truchas, sopa de truchas. Mi
madre Hortensia es una especialista .De las de antes, cuando los pescadores del
pueblo salían al río Órbigo y traían truchas, carpas, barbos y pequeños peces.
Hechas con cariño en cazuelas de “periguela” que aún están en casa y con las
que se sigue cocinando.
Tan fácil como llevárselas a ella y quedar para esa misma tarde donde se comían
de “a cuchara”, todos de la misma cazuela. 20 o 30, quién sabe los que podían
venir. Mucho tiempo después, ya en
Madrid, mi madre sigue deleitando a
compañeros y amigos con este plato.
Caracoles que se limpiaban en la
terraza grande durante días.
Años y años…
Callos. Cada domingo en el bar de
mis padres había callos de tapa. Con su morro y su pata. Picantes, cómo debe ser.
Pasé años partiéndolos los sábados por la
tarde para el día siguiente.
Mollejas, higaditos, sesos y riñones. La casquería era una fiesta y lo
sigue siendo. Alubias pintas y blancas, que somos muy de cuchara. Berzas,
chorizo y morcilla de Asturias, la Asturias de mi padre Luis que nos regaló (y lo sigue haciendo
cada día).
Morcilla de sangre, cebolla y
unos granos de arroz hecha en casa de mis tías Dorita, Eloina o Delfina.
Sidra natural bien tirada en culines
perfectos, queso cabrales…
Con esos recuerdos no es difícil
que hoy sea una apasionada de la comida, que me encante disfrutarla, hacerla, probar
nuevas cosas siempre teniendo en cuenta mis orígenes.
Me he dado cuenta que la mayoría de recuerdos tiene algo que ver con ella, con un
evento, con una reunión familiar, de trabajo.
Y el resto fue más o menos fácil, me puse a escribir sobre
ello.
Hago míos tus recuerdos, son los mismos, en el mismo pueblo pero en otra calle, Ferradal 19
ResponderEliminarGracias, y sí, también recuerdo tu calle, número y casa. Un abrazo para todos!
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